La mujer, loca de
dolor, grita desesperada. Entre sus brazos, el pequeño ya no se
estremece bajo el tronar de las bombas asesinas. Sus ojos están secos,
mudos ante la verdad de la muerte. Nada hay más allá de la confusión y
el terror. La gente busca refugio, trata de escapar de los pájaros
negros que aparecieron en el cielo con su descarga de odio.
En la villa vasca de Guernica no había campamentos ni concentración de
armas; pero la mente asesina de Hitler quiso probar, en fuego real, los
nuevos aviones Junker alemanes de la Luftwaffe. Así, el 26 de abril de
1937, el “bombardeo alfombra” de la aviación alemana exterminó a la
mayor parte de la población inocente.
Picasso no estuvo allí, pero vio cómo la sangre manchaba las calles;
oyó la voz de los moribundos preguntando, aún asombrados, por qué las
bombas caían a su alrededor; y percibió el vaho de la muerte cuando el
pueblo quedó en silencio. Cuatro días después, juntó la historia que
leyó en los periódicos y la que le dictó su creatividad, y comenzó a
trabajar en los bocetos.
El 4 de junio de ese mismo año, el cuadro estaba terminado. Las formas
geométricas aparecían distorsionando y superponiendo personajes; las
tonalidades no excedían los blancos y los grises, como para que el
sentido frío (y sólido a la vez) de la grisalla, lograra comunicar en
toda su amplitud el desamparo y el horror que sufrió la población vasca.
Ocho personajes destacan a primera vista en la obra: una mujer
desesperada ante el incendio de la casa que se derrumba, otra qu ese
arrastra, al parecer agonizante, y más arriba, la que porta la lámpara.
Justo al centro, se encuentra el caballo, no por animal, menos
sufriente; bajo sus patas yace el guerrero, sosteniendo la espada rota
entre las manos. En el extremo izquierdo, un toro, con el cuerpo oscuro y
la cabeza blanca, examina la escena y a su lado la visión terrible de
la madre, con los ojos en forma de lágrimas, que abraza el pequeño
cuerpo de su hijo muerto.
Disímiles han sido, hasta hoy, las interpretaciones que ha suscitado el
cuadro, aun cuando su autor nunca quiso revelar el significado de cada
figura: “El público podrá encontrar sus propios sentidos sin necesidad
de explicaciones”, aseguró. Quizá la negativa tenía como objetivo
potenciar esta variedad de simbolismos que la han rodeado durante
décadas. Así, la obra se erige como un canto por la paz y como
representación de las víctimas del cruel bombardeo.
Sin embargo, ante pintura tan sugerente, la imaginación desata amarras y
comienza a volar: es imposible quedarse solo con los trazos y los tonos
cromáticos. Los personajes gritan, enloquecidos, por el dolor y el
pánico; no podemos dejar de escucharlos cuando se les mira: exigen
respuestas. La denuncia de la masacre trasciende el tiempo real y
arrastra a los espectadores al centro de la Guernica devastada.
Picasso pinta a las mujeres en actitudes desesperadas, representantes
de la población civil indefensa, aunque muchos defienden la idea de que
la fémina que asoma la cabeza por la ventana, encarna a la humanidad
impotente ante todo lo que ocurre.
A 75 años de su culminación, el Guernica continúa alertando, con la
misma intensidad que cuando se presentó por primera vez ante el público
en la Exposición Internacional de París en 1937, a petición del Gobierno
de la República, ante los horrores de las guerras promovidas por los
hombres.
El ataque nazi a Guernica quedó representado en una obra pictórica de
gran connotación artística para cualquier época; sin embargo, hoy el
horror de la guerra es la pesadilla más común entre los pueblos del
orbe. El canto que levantó Picasso contra la sinrazón de la destrucción y
la muerte engendradas por cualquier guerra ha sido silenciado por estos
días de conflictos bélicos, porque las madres que elevan los gritos al
cielo ahora no son parte del famoso cuadro.
Esta vez no hay caballos con formas geométricas, ni líneas purísimas
entre ellos: son muertos de verdad, como los de hace 75 años atrás. No
hay cubismo ni expresionismo en estas escenas: es el drama humano, con
la verdad cruenta del dolor y las destrucciones. /
Liudmila Herrera