lunes, 30 de enero de 2012

Hombre de Amor




martiamor1.jpgEl amor, madre, a la Patria, no es el amor ridículo a la tierra ni a la yerba que pisan nuestras plantas, escribe Martí, con solo 15 años, en un poema calificado entre lo más intenso de su producción dramática. Los sucesos del Teatro Villanueva le sorprenden, seguramente, en la imprenta, esperando la salida del periódico; allí le halla Leonor, desesperada: La mujer que llama me ha dado el ser: me viene a buscar mi madre…
Hombre de amores es Pepe. Crece rodeado de una tribu de hermanas que, a duras penas, mantiene el mísero salario de Don Mariano, perpetuamente esquilmado o cesante y estricto con el hijo mansamente rebelde, demasiado diferente. Pero comprende a su padre y le perdona: en el instante en que pasa por el hogar la muerte o la vida, en que corre peligro alguno de aquellos seres queridos del pobre hombre áspero, el alma entera se le deshace de amor.
Testimonio de amistad da también: su condena a las canteras está entrelazada a tan sagrado vínculo, cultiva por todo el continente la extraña flor de la hermandad sin lazo de sangre y ser su amigo es un exclusivo privilegio. Casi al morir, escribe a Manuel Mercado: con qué ternura y agradecimiento y respeto lo quiero, y a esa casa que es mía, y mi orgullo y obligación; ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país…
Por algunas mujeres siente cosa tan vigorosa y absoluta y tan extra-terrena y tan hermosa, y tan alta; así ama y es amado. Pero a una sola entrega su devoción: Voy lleno de Carmen, que es ir lleno de fuerza…
En ella engendra a su Ismaelillo, heredero de la tierra prometida: Hijo soy de mi hijo, él me rehace, y a él le declara su fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud. El corazón le revienta el pecho cuando ama a la patria grande: De América soy hijo y a ella me debo; y declara que también el magisterio es sublime profesión de amor.
Sin embargo, cabe en su corazón un aborrecimiento único, vinculado a Cuba: El odio invencible a quien la oprime, el rencor eterno a quien la ataca… / Rubén Rodríguez

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